“No hablaré mal de hombre alguno –dijo- y
de todos diré todo lo bueno que sepa…Un gran hombre demuestra su grandeza por
la forma en que trata a los pequeños”.
Dale Carnegie
Los maestros
influyen enormemente en los alumnos, y la función de estos no tiene que caer en
la mera transfusión de conocimientos.
La confianza que
los demás tengan en nosotros puede darnos fuerza para alcanzar objetivos
difíciles. De algún modo somos, nos comportamos en función de lo que se espera
de nosotros. Es importante, que el maestro no sólo se recicle en nuevas tecnologías
sino que aprenda estrategias de comunicación, liderazgo, que sepa descubrir el
talento que tiene cada una de los alumnos. En definitiva, que entienda el
concepto Pigmalión, el poder que
tienen los elogios, el poder de una
frase que motiva y que no cierra
puertas, el poder de estimular a las
personas hacia el triunfo.
Los maestros tenemos un enorme poder, capaz
de hundir o elevar a los alumnos. La figura del maestro, como yo la entiendo es
el de un líder, que da buen ejemplo, que alienta a los alumnos, que hace que
los errores parezcan fáciles de corregir y que sea agradable en sus palabras y
que sepa estimular, motivar.
Los alumnos,
sobre todo los que trataremos con nuestra especialidad, Educación Primaria, se
están desarrollando personalmente, que un niño no saque buenas notas en una
materia no significa que no se le de bien necesariamente. Es en estos casos,
donde se requiere la figura del maestro que enseña teniendo en cuenta la
diversidad de niveles, que sabe elogiar a los que van más adelantados y
estimular y motivar a los que le cueste más.
Es bien cierto
que en la crítica negativa no se
provocan cambios duraderos, puede que un alumno suspenda un examen, porque
tuvo un mal día, porque tiene algún problema en casa, porque no pudo o no quiso
estudiar…nosotros que sabemos, delante
de este caso deberemos ver que ha pasado y motivar al alumno y ver el porqué del suspenso; está claro que
no servirá de nada, el criticarlo delante de la clase, dado que lo único que
hará es crear resentimiento, pues no hay nada que mate tanto las ambiciones de
una persona como la crítica negativa
de sus superiores. En la enseñanza es mucho más eficaz el estímulo que el
castigo.
La visualización
de la película el efecto Picmalión[1]
ha sido de una gran utilidad para comprender como las expectativas que tenemos hacia una persona puede que las termine
cumpliendo. En definitiva, el buen maestro no tiene que ser un libro sino tiene que ser un fomentador
del aprendizaje, que motiva, enseña, que comunica, que crea expectativas positivas hacia los alumnos.
“El viejo maestro lo elogió un poco y le aseguró que era un joven muy
inteligente, apto para cosas mejores; y le ofreció trabajo como maestro… esos
elogios cambiaron el futuro del mozo, y dejaron una impresión perdurable en la
historia de la literatura inglesa. Porque aquel niño desde entonces ha escrito
innumerables libros y ha ganado cantidades enormes de dinero con su pluma.
Quizá lo conozca usted. Se llamaba H.G. Wells”.[2]